Reyes de otras primaveras

A los poetas les gustan los otros poetas, se leen, se estudian y se envidian los versos y las citas. Hoy día me fui a la biblioteca -pues como fémina cesante sería muy mal visto vagabundear o sentarme en las plazas a dar de comer a las palomas- y me quede viendo un libro de homenaje póstumo a Jorge Tellier. Era un libro de fotografías en blanco y negro, de distintas épocas, con poemas y relatos de los viejos y jóvenes conocidos.
En una de las fotografías aparecía una manga de escritores (entre ellos Parra, Coloane, Lafourcade, Lind y el mismo Tellier), no los recuerdo a todos. Lo curioso es que parecían tan ajenos entre ellos, cada uno como si estuviera en la esquina del grupo.
¡Eso tienen los poetas, son mitad arrogantes y mitad advenedizos!

Se conversa, entonces, de tantas cosas bajo el techo de un bar, se comentan sobre literatura y algunas veces sobre política partidista en contraste con aquella faceta remilgona que tiene los poetas chilenos. Se miran a los ojos y beben licor y saben que son poetas y aun que sea un titulo tan etéreo, presienten que bajo el oficio hay algo más que el romance de lo escrito.
Tellier lo sabia, por eso la estela de misterio a su paso. En el prologo del libro Uribe hacia una observación muy relevante para mi. Decía que para los 50s existía un estilo cultivado por los escritores, cierta “facha” melancólica y sutil: el pantalón, el cabello, el libro descuidadamente bajo el brazo.
Los poetas no son ruiseñores casuales, no viven desde siempre admirando al relámpago, no son la ruina creadora en el corazón de un hombre, son la auto construcción a sol y a sombra, son la disputa constante entre el personaje y su causalidad.