martes, 5 de agosto de 2008

Identidad en el nuevo milenio: ¿Podemos seguir viendo a través del prisma de las clases sociales?


Los paradigmas de lo juvenil que se han utilizado para comprender a las juventudes de los 90 van quedado atrás, las impresiones generalizadas de muchachones con el pelo largo y el estilo “morral” (con piedras adentro) que impero en los 60` y 70` o la mítica dualidad entre el underground estilo indolente-intelectual y la peña revolucionaria de los 80s` dieron sin duda paso a una especie ya no solo aterradora para el mundo de los adultos, sino demonizada por todos y cada uno de los integrantes de la family Shilencis.
Una especie de clasificación con variaciones criminales o estereotipadas bajo la lupa social es la que presenciamos, una estigmatización con un aparataje eficaz y demoledor en el que nadie queda fuera y en donde las advertencias de disidencia frente a estas nuevas nomenclaturas de lo juvenil forman parte del nuevo estilo.
Es un hecho, la década anterior vivió el resabio de estrategias políticas y económicas de la dictadura y también heredo las conformaciones culturales que ahí surgieron. ¿Pero que modelo sigue o concreta esta generación, la generación del nuevo milenio la generación del 2000?
Con un modelo económico afianzado al punto que las demás áreas sociales se ven minimizadas es que han crecido los chic@s de la nueva centuria. Sentados frente a la tv con cable y con la certeza de poder escoger lo que quieren consumir por los ojos y la boca es que se han formado tal y como les vemos. Desafiantes cuando niños forman parte de una manada adolecente que no tiene vergüenza de expresar lo que siente pero que adopta con facilidad lo que sus sentidos les ordenan y en una época en que la publicidad hace lo suyo, pues, se desplazan rápidamente construyendo nuevas realidades.
Pero es preciso no confundirse, el conformismo manifestado por la generación pasada con respecto al devenir de su propia existencia no caracteriza a estos nuevos jóvenes, por el contrario la conducta socavada, hija de la experimental mezcla entre lo díscolo y lo estereotipado de los adolecentes de los años 90s se contrapone a las demandas estructuradas que hoy se generan hacia la institucionalidad. Los jóvenes de esta década son por excelencia consumidores y como tales hacen valer sus derechos sobre las instituciones que conocen.

Desde finales de la década pasada, se viene perfilando una idea que renueva la figura del joven en el imaginario social. No solo se desplaza al protagonista de las luchas sociales recientes en la historia del país, sino que se satanizan aquellos referentes asociados a su participación política. La figura del joven poblador que había logado desvestirse de la propaganda partidista en las crudas manifestaciones a finales de la dictadura es simbólicamente convertida en el aterrador marginal, drogadicto y delincuente categorizado bajo la denominación de “Flayte” -nuevo concepto peyorativo que garantiza el status de aquel que no es signado por los demás con esta categoría-. “El lumpen” en este contexto no tiene posibilidad de participación, es excluido de las instancias político juveniles y condenado bajo la figura delictual del “encapuchado”.
De esta forma se a logrado trasladar la responsabilidad reivindicativa a los sectores medios proponiendo al segmento juvenil marginal como un constante peligro. Lo que sería en las décadas pasadas un sistemático aprendizaje de herramientas de integración para las clases populares, se quebrara en manos de aquella sensación de inseguridad, desamparo y estigmatización que les brinda la sociedad de mercado a los jóvenes provenientes de las familias más empobrecidas del país.
En Este contexto la generación del 2000 se ve bifurcada por un lado en las prácticas políticas consiente de la clase media que demanda soluciones públicas o privadas, generando un poder un tanto ficticio (en la medida en que su accionar sea lo que el país espera pues las Marías Música o los Jorge Lizama son sancionados con el repudio público y un enjuiciamiento despiadadamente individual ) y por otro en la juventud popular que de forma intuitiva y por medios las más veces ilegales subvierten el orden de lo establecido como correcto. La identidad construida en las esquinas versus la identidad construida en las escuelas que no rebasa los límites de lo institucional según Ganter y Zarzuri en su análisis sobre cultura juvenil.
En cierta forma buscar el espíritu de los jóvenes nacidos en esta década debería resultar estéril e irracional dado que las herramientas de interpretación sobre la realidad socioeconómica de este grupo no varían con respecto al mundo adulto, las políticas gubernamentales que atienden a sus necesidades e incluso los agentes externos de variables intereses muestran su caprichoso análisis unilateral, relegando las opiniones e intereses de los protagonistas al plano del eterno hijo desorientado, que se repite desde la creación de instancias como el INJ (Instituto nacional de la juventud).
No obstante el pesimismo bien infundido por nuestra siempre pesada carga a la que algunos llaman interpretaciones ideológicas trasnochadas, existen elementos identitarios aglutinantes que sobrepasan los contextos de clase social y que si bien forman parte de dimensiones más primitivas que las variaciones antes expuestas, son un ejemplo básico de la juventud del 2000. Estos elementos tienen que ver con su capital energético, las afectividades como núcleo de sus relaciones y la globalidad de los temas que sienten como pertinentes.

Si hay algo que cohesiona a la juventud Chilena es aquello que se expresa en códigos superiores de conducta y que no sólo atañe al segmento juvenil de nuestro país, sino que comprende un cambio cultural generalizado y que corre rápidamente por las venas de la tecnología. Cambios no solo contextuales de la política y la economía, sino aquellos que se refieren a las esferas simbólicas de las sociedades: Sus prioridades, sus sentimientos y sus emotividades. Lo que fue colectivo, hoy es individual, lo que fuese expresado en la sociabilidad hoy se expresa a través de la familiaridad (grupo de amigos familia, microsistemas de pertenencia). Un cambio profundo al sistema cultural hoy es adecuado finalmente al sistema económico. Las formas de legitimidad de la juventud están cambiando, algunas se pliegan a los procesos modernizadores que como promesa avanza en el país, pero otros quedan relegados percibiendo como único cambio el recrudecimiento de su marginalidad.
El problema es entonces, ¿de que manera mudamos de ropa nuestras interpretaciones sobre las relaciones entre los individuos, como abandonamos los paradigmas utilizados por tantos años para lamentarnos, como construimos nuevas conceptualizaciones en torno a situaciones esencialmente nuestras, pero que por su eterna ruina nos muestran nuestra miope terquedad?

1 comentarios:

Ernesto Guajardo dijo...

Hum... acá hay varios arranques, varias aristas. También varias posibilidades de abordaje; por ejemplo, eso de criminalizar al sujeto popular (o más específicamente al joven popular) e incluso a los movimientos sociales o populares, tiene sus claros antecedentes desde el siglo XIX (y si no antes, en otras latitudes).

Y, precisamente, al ponerlo en perspectiva histórica me gusta pensar en lo que perdura, en aquellos "tiempos largos" que decía Braudel: muchas transformaciones pueden ocurrir en la superficie de la ola, pero la marea es constante.

Saludos.